DICEN QUE HA MUERTO ARIEL PETROCELLI

Por  Juan Carlos  Fiorillo                                      

11 DE AGOSTO: DÍA DE LA COPLA

Si alguien pregunta por Ariel Petrocelli, díganle que el canto nombrador lo hizo viento.

O que, tal vez, anda escribiendo alguna copla nueva, queriéndola, por hembra nomás. O que su duende trasnochador, el que se alejó una vez de la siesta salteña, sigue traveseando entre versos. Siempre tras una canción. Un elogio. El diablo dice que fue él quien le enseñó en la salamanca, un sábado al atardecer, a derramar el vino sobre el corazón de cada copla, cuando Salta ponía el grito ancestral en el cielo. Fue cuando el novel maestro llegó desprevenido al valle de las bagualas, trayendo poemas para intercambiar las señales del canto. La copla que había llegado de lejos, imperceptible, silenciosa, le andaba ya acuciando el oído con su fecundo ejemplo.Y como un labrador originario alzó el grito para decirnos como un cristo americano de la medular tristeza de los agobios por las injusticias diarias. Plantó su canto en el mediodía de las broncas, lo hizo lanza y en ceremonial festejo lo dejó clavado en el mismísimo pecho de todas las bagualas. Llevaba en su sangre la antigüedad del ajedrez, la viveza del truco, la paciencia del mate, la resolución del vino y la sal y pimienta de la creatividad. Isamara volcó entonces las melodías para enraizar el embrujo, la inefable consistencia del amor. Epígrafe sustantivo para honrar el canto vidalero.Era el año 1937 cuando un surco pueblerino amanecía con el tiempo. Era otoño y pachamama cuando un 11 de agosto Campo Santo lo acunó entre dulces sabores de caña y puro calor andariego. Ariel Petrocelli se llamó el poeta, cantor, autor, compositor, ajedrecista. Esa otra pieza del juego donde los peones podrán abatir al rey. Capablanca de los años veinte. Olor a albahaca, nomás. Engendra temblor, ángeles, lluvia y luna poseída. El camposanteño lleva en sus versos todo el azúcar del ardiente pago. Digo que tiene olor a copla y albahaca. A carpa de carnaval. A escenario con su nombre. El tiene la palabra dispuesta en el “vértice más sonoro” de sus poemas. Origina la magia en una calle envuelta en costumbres y guaguas de pan. Es un duende con nombre y apellido. Pero folklorizado. Y pasa a ser lo anónimo. Porque el pueblo sabe que lo bueno le pertenece, lo cuida y lo defiende. La gente en los bares canta sus cosas. Cachi lo encontró en su zamba. El seclanteño lo escuchó y está contento. El abuelo Di Giulio puso la primera música a sus sueños. Dicen que Ariel vuelve y suele andar del brazo de los bagualeros. Esto ocurre en carnaval.Si alguien pregunta por Petrocelli, díganle que está nomás en las canciones. Dónde más.Si alguien pregunta por el Tano, díganle que anda madurando en las uvas que fructifican en las bocas del valle calchaquí. Ahí donde el vino de rodillas agoniza. Cuando uno lo nombra, es porque recuerda el paisaje recogiendo el rumor de los ríos junto a una vieja escuela, cuando una luz le abrió un camino de pájaros y colores. Fue cuando el poeta despertó en una copla. La mimetizó como un rezo, como una lección en el mismo instante que reunida la sangre en la canción, amaneció enjundiosamente en una zamba, otra hembra toda campesina. Por eso tuvo la suerte que la copla se le someta y derroche emocionada su canto cotidiano, como si hubiera crecido siendo testigo permanente de su pasión popular. Cuando el mundo de la copla se sintió infinito, Petrocelli le puso un sello de legitimidad.La estampó en el crepúsculo. En la distancia. Tuvo la tierra. Entonces, fue carpero. También sembrador. Vistió de rojo la guitarra. Amaneció cantando. Perdió un ángel. Le preguntó al vino. Fue uno mismo. Le cantó al ajedrez, al truco, a las especias, al mate, al vendedor de feria, al carnaval de Guaymás. Estará recordando ahora un refrán. Y diciendo que Cafayate lo espera. Mientras sigo cavilando con estas cosas, el maestro de escuela me anda siguiendo con la mirada con su destino de copla en los ojos. Será así nomás, pué.