SU VERDADERA HISTORIA

BOLICHE BALDERRAMA

Por Juan Carlos Fiorillo

Para aquellos amigos que no conocen este escritor, investigador acá, se los presento año, tras años quienes concurrimos a Cosquin nos sorprende El Prócer Juan Carlos Fiorillo 

Juan contaba la historia. 

Celestino no decía nada. 

La imagen puede contener: exterior

La Daría ya no estaba.

 Una zamba eterniza el lugar. 

Gustavo “Cuchi” Leguizamón y Manuel J. Castilla.

 San Martín y el canal.

 El que no conoce Balderrama no conoce Salta.En el antes de cualquier historia, uno puede imaginar o bien se pueden percibir imágenes instantáneas que se reproducen en la memoria por los personajes, protagonistas, momentos, anécdotas y hechos que suelen convertir a un lugar o un nombre en el verdadero cauce donde abreva la gente del pueblo.Con un almacén de ramos generales, después de años de vender chicha en el mercado San Miguel, hace ya mucho tiempo de esto, se instalaron en la esquina de la Ituzaingó y Corrientes (hoy avenida San Martín), los Balderrama. 

El padre y doña Remigia regenteaban el despacho donde se vendía desde frutas y chalonas hasta trajes de gaucho, a la vista y casi sobre la vereda. Va naciendo el barcito de los vinos contagiadores a la derecha del local.

 Un Ford veinte con el tiempo demostró progreso y sacrificio.

 Alberto, el mayor de los hermanos, al morir el viejo supo tomar las riendas del negocio de comidas y bebidas. Esquina de escondidas reminiscencias. 

El ciego Nicolás, el de la zamba “La sanlorenceña”, tocando el bandoneón en la vereda. 

Banquito y tachito de las monedas. Y dando la hora con la precisión del tacto del tiempo. El idilio de la Daría con el tano heladero del barquito con los colores de Boca. Alberto con el poeta Juan Carlos Dávalos supo de su amistad inmensa y bonachona, de sus pedidos especiales de esos tintos “sangre i’ toro” como al poeta le gustaba pedirlo. 

Poetas de una época afincados en el lugar indicado. Balderrama pa’ servirlo.Primero fueron billares. 

La imagen puede contener: 4 personas, personas sentadas, sombrero y niños

Así comienza la historia en la San Martín y Esteco, con las mesas de billa a disposición de los que hicieron de este juego un entretenimiento y de la habilidad un rebusque. 

Pisos de ladrillos de segunda con mesones y bancas largas como “caidero” de los primeros comensales. Después habrá hules sobre algunas mesas. 

De los diez hermanos el primero que muere es Alberto, ejemplo de trabajo y constancia.

 Por entonces, Eduardo Falú y César Perdiguero ya solían desmoronarse con los vinos largos del insomnio que muchas veces terminaban en la comisaría más cercana.Después, el golpe del 55. 

El que derroca a Perón.

 En ese entonces, Celestino, Juan y Daría se hacen cargo del boliche que junta el canto desgarrado del vino herido con las peleas cotidianas. 

Boliche que va naciendo trasnochado con el Centro de Aurigas y Cocheros de Plaza de Salta al frente. Billares y piezas reservadas para amigos, artistas, gente importante. 

Cocheros de todos los sucesos. Llevando a políticos y curas. Adonde. Quién sabe. 

Los cocheros.

 Actores principales de una Salta llena de estampas y evocaciones. 

Famosos fueron “El Macana” por sus manos inmensas y rudas, dicen que alguna vez supo romper las esposas con las que lo llevaban preso.

 Otro fue “El cara i’ culo”, apodado así por razones obvias. Y Julián, el viejo cochero con un montón de anécdotas llevando a poetas y musiqueros.Era de pelarse cuando por las noches se encontraban chupando los changos de las distintas barriadas cercanas, Los de Almagro, Cristina, Chartas o los de Federación. Papá de dios. Broncas, piñas que te piñas. La habitual agresión verbal, puteadas, insultos y peleas. Desconocerse entre conocidos. Volver a los tragos. Comenzar a tomar de nuevo.

 Amigos otra vez. Darse la razón. 

Y abrazarse. Y pensar en las chinitas.

 Ir hasta “las vigas” donde trabajaban las chicas de la noche, mojar la “unca” y volver. 

Después, más tarde, bien de amanecida, pedir la famosa sopa de pavesa en ollita de barro, especialidad de la casa. O los radicales, esos viejos sanguches de bife en pan chanchito. 

Con ají pa’ todo el mundo, de esos pa’ levantar muertos. 


Entonces como no los iba levantar a los machaos de turno.Y los poemas de Jaime Dávalos.

 De mesa en mesa saludando. 

Brindando por su pueblo. Recitando sus versos con todo la hondura de Salta metida en el alma de los sueños posibles. Petrocelli recordando el otoño a través de su “cuento de marzo”. 

Agonía del decidor cuando la poesía se revela como fuente de inspiración, sudor y transparencia.Salón esquina dividido. Mitad que da a la avenida para primerizos curiosos turistas. 

La otra mitad, más al fondo, para los acostumbrados borrachos de todos los días. 

Peña bien libre. La música de mesa en mesa. Guitarras, bombos, lo que venga. 

Pero el canto de Salta siempre primero. 

Cualquier historia de una ciudad puede tener sus personajes o lugares, pero como en ningún otro lado alguien podrá contar que en la Salta poética y cantora tuvo la posibilidad de haber alternado un rincón, una mesa, unos vinos con algún famoso en Balderrama.

 Un mensaje emotivo de invalorable sugestión concretado por esa comunicación creíble de poder estar frente a frente, de amigo a amigo, nada menos que en el más popular y mentado de los boliches del país.Bar con gente que ha tejido distintos paisajes en tantos años en ese mantel hoy descolorido que hace añorar a los habitantes más autóctonos de un territorio folklórico que dio la vida a la amistad, al encuentro más humilde de las herencias humanas.Rasgo sobresaliente ese de pernoctar sin ofender a nadie, en la mesa de los amigos, de los colegas del vino, con la pléyade de guitarreros a la vuelta y darse cuenta de cuántos talentos desaprovechados. 

Siempre en alguna noche, en cualquiera de tantas, hubo una guitarra, un cantor y un romance entre ellos.El festejo de los cincuenta años del boliche. 

La anécdota del gobernador Ragone presidiendo la mesa del agasajo. 

Pedazos de cielo raso cayendo sobre los invitados. Pero que siga la fiesta, juntarse con fieles amigos, leales. Tratando de digerir a los otros. 

Otro remedio, no hay. 

Amigotes de todas las layas. 

Entusiasmo y pausa. Tensión y sosiego. El “Dr. Chalita” (a quien Daniel Toro le dedicó “Gracias por tanta alegría”) con su parque de diversiones en el baldío del frente, contando que su padre, don Jaime Capó (el de la zamba), lo mandó a estudiar medicina y él volvió diplomado de payaso.El Balderrama antes de la zamba tenía olor a guiso de trigo, a guaschalocro, a picante de panza y pata con mote. De postre leche planchada. Dicen que la gente al volver de enterrar a sus muertos acostumbraba pasar por Balderrama a comer después del sepelio. Como una tradición. Cosas de la ciudad.Desgranar los recuerdos como deschalando una huminta de choclo bien tiernito, con queso de cabra y albahaca. Despaciosamente. Pensar en las reuniones con los ñaños del alma en las mesas desprolijas de las conversaciones sin límites, no son otra cosa que mamar desde esos viejos sitios la síntesis misma de una manera de ser que nos enorgullece más allá de todos los tiempos y distancias.Convocar la fantasía desde todos los pedacitos de diálogos que surcaban el aire de la realidad de la cual permanentemente fugaban. Olor a puro lirismo tenían. Los boliches como Balderrama hunden sus raíces en la propia gente, en el pueblo mismo. En su propia voz que por el ambiente ronda. Voces que nos llegan desde el más allá de las cosas. Que nos llama por nuestros nombres. Que nos busca para permanecer juntos. Para no estar tristes.Adentro, como tantas otras veces, sorprendidos clientes supieron de sillazos y mesazos, de corridas y tropezones, de gritos y altercado. Era el común de casi todas las noches. La rutina. Si no hay alguna pelea hasta las dos, ya se hace tarde. La piecita exclusiva para los poetas, la que tenía un pasador por dentro para no ser molestados cuando estaban en estado de inspiración y alcohol.Un viejo sauce que ya no existe en la vereda supo bajo su sombra cobijar a inolvidables poetas de la Salta de antes, cuando mesa de por medio en las primeras horas de las mañanas servían para los piropos más picarescos y risueños dirigidos a las simpáticas maestras de las incipientes escuelas de la zona. Piropos de sabor romántico, mientras ordenaban una picadita con arrollado de chancho y bollos con chicharrón. Desayuno de amanecidos. De célebres borrachos. Señores tomadores.El antes y el después. Un viejo piano de cansado teclado renovó su luz recuperando el sonido a través de las manos de Martín Zalazar, el pianista del sortilegio jubiloso, de las rosas enamoradas, de las lunas endemoniadas, de los amaneceres poéticos y del temblor del sol ante los ojos de todos los pájaros y de todos los amigos.Y la zamba que se escribe en papel de estraza. En papel de almacén. De a poco. De sorbo en sorbo. De trago en trago. Volver a la pieza reservada donde se guarecía el poeta. La zamba prometida. Originales que se rompen, para tener motivo, para seguir libando. Versos “a la orillita del canal”. Porque “cuando llega la mañana”, dicen los habitués que “sale cantando la noche” y los borrachos “desde lo de Balderrama”. Pasará el tiempo para despertar en zamba el germen que hizo brillar en versos la clara luminosidad presintiendo la letra cancionera que como a una novia uno le va declarando su amor.Y aquel que en días de lluvia, andaba silbando, tarareando, bajo los árboles de la ciudad, es el que maduró la melodía del brote musical para ir a parar al reloj de los tiempos que no olvida el lugar en la noche, el boliche para quedarse, para seguirla un poco más. Ese que hablaba en risotadas, ese que de cuento en cuento iba diciendo, no es más que ese presagio que le puso música a la zamba paseandera de los cocheros a un costado de la Esteco.Cantan los hombres, las mujeres, la sangre y el libro. Cantan la zamba ahora, Los Nombradores, Jorge Cafrune, Paito Guerrero, el Dúo Salteño, y por supuesto, Mercedes Sosa, y tantos otros. Todos para hacer de la canción un himno. Un homenaje. Un éxito. Privilegio de músico y poeta. Tiempo transportado al logro incomparable. Mundo musical. Traducida a varios idiomas, hasta el idisch, la zamba de Balderrama se canta en la calle, en los escenarios, en las peñas y en los bodegones. Es una zamba incrustada en el fondo de los sentimientos. Es un llamado a conocer el boliche. Fronteras derribadas por el canto. Es una niña llorando a medianoche. Una estrella que se pierde bajo una guitarra. Alguna vez, fue la polémica, el Cuchi con amigos enojados porque no lo atienden rápido o porque no le ponen hielo en la mesa. Discusiones sin importancia. Para el comentario, “habla mal, habla mal, que algo quedará”. Cosas de la ciudad.Y ahora el gris. La noticia, “Murió el lucero del alba”. El Hugo Alarcón avisando la muerte de Manuel J. Castilla en la pared del frente del Pasaje Cabral. El escritor y vecino Néstor Saavedra llamando a los más íntimos. Balderrama de luto. De duelo. Cerrado por dos días. En la casa, en el boliche de los poetas, no se atiende. Ni se cobra a las artistas. Por favor. Todo se recuerda. Los poetas son los privilegiados. 19 de julio de 1980. Fue un sábado distinto, dicen. Misa en La Viña por el cura Molina, el domingo por la mañana. El Cuchi Leguizamón en el órgano interpreta “Vidala para mi sombra”. Conmueve. Réquien al gran poeta. Lo llevaron al cementerio de la Santa Cruz. Y las palabras del adiós, Perdiguero dominando el llanto, indispuesto, evocó al poeta, al amigo. José Ríos acompañando a la Catu. Y Coco Botelli diciendo: “Fuiste un hombre cristalino. De esos que nos hacen sentir que la vida es hermosa cuando la captamos desde el canto de los pájaros, del verdor que envuelve cada primavera, desde cuando las palabras nos unen como hermanos”. Y diría Castilla: “Ese ya no es, aunque parezca cierto,/ es un Manuel Castilla que se ha muerto/ y en esa casa está resucitando”.Esta es la historia de un tiempo verídico y sustancioso. En sus sombras hay nostalgias, amigos y cocheros esperando. En sus luces se dibujan seres solitarios, anónimos otoños y una zamba temblorosa de la luz.Desde entonces la penumbrosa estadía de los recuerdos se arrincona entre las sillas brillosas de los manoseos y como un grito demorado el lugar huele a violencia apaciguada, a discusiones superadas, a paz recién cortada y el viejo cuchicheo de los murmullos se ha ido callando como si no pasara nada. Que la noche de Salta sea testigo, crónica y despedida.Después de la zamba, Balderrama se almidonó de manteles y cubiertos, mozos de chaquetas blancas y baños nuevos. Se convirtió en atracción turística mundial. Su nombre recorriendo folletos y propaganda bien recibida. Lugar para poder decir que Salta es folklórica, colonial y peñera. Letrero luminoso. Menú a la carta. Artistas ahora contratados con escenario y todo. El viejo malambista “El Salteño” Molina con todo el tiempo encima, sentadito en la puerta dando la bienvenida.Nunca más será aquel Balderramam paradigma de la noche bohemia y acogedora de las estadas aquerenciadas. De estar por estar nomás. Vino encumbrado en las venas de los decidores de todos los poemas prometidos. La mujer aquella. El romance inconcluso. El olvido inevitable.Hoy se quedan en mis pensamientos los años más queridos. Este Balderrama no tiene más aquella mesa de patas flojas, aquel vaso desportillado, ni aquel Pedro amigo poniendo música a los primeros versos míos. Una vieja foto con Eduardo Lausse entró por los recuerdos y un ayer de vino tinto me abrazó con todas las ganas.(Del libro "De bares y bolicheríos".Editorial Milor.Salta.1999)











Con el permiso  de el Amigo ; Maestro  Juan Carlos .

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